Frank Brown, el payaso más popular de Buenos Aires

Una lápida de granito oscuro señala la tumba de Frank Brown en el Cementerio Británico de Buenos Aires, muy cerca de la capilla, sobre el camino principal. Un destino sin alharacas para quien tantas cabriolas y morisquetas ofrendó a su público. ¿Lo olvidó del todo Buenos Aires?

Frank Brown fue “clown”, malabarista, equilibrista, acróbata, prestidigitador y empresario circense. Hijo y nieto de payasos ingleses, desde niño la vida del circo lo llevó a países remotos como México o Rusia. Llegó a Buenos Aires en 1884 para trabajar en el circo de los hermanos Carlo y, luego, en el famoso circo «criollo» de los hermanos Podestá, pero a los pocos años hizo un primer intento de abrir su propia empresa circense.

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Durante la Revolución del Parque, en 1890, puso de manifiesto su sentido humanitario, visitando y entreteniendo a los heridos de ambos bandos. También, solía visitar hospitales y asilos de huérfanos. Su gracia, su simpatía y su desempeño físico eran admirables y se fue convirtiendo en el ídolo de los porteños.

Aquella fue una época dorada para los circos y los teatros de títeres, dos formas de espectáculo «en vivo» muy estimada por el público. Brown recogía elogios de Domingo F. Sarmiento y de Joaquín V. Gonzalez, y Rubén Darío le ofrendaba unos versos. Otros artistas, hombres y mujeres, cosechaban fama a su lado: Ketty Brown, Rosita de La Plata, Angélica Bozán, Federico Arnold, los mismos hermanos Carlo, el trapecista «Tornillo», el acróbata Reynaldi (caído en la pista del «Jardín Florida» al efectuar un salto mortal) y tantos otros.

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En 1905 había inaugurado su propia compañía, el «Coliseo Frank Brown», y por la misma época emprendía una gira por los países del Pacífico. En 1910, la Comisión del Centenario le propuso levantar una gran carpa en un terreno baldío ubicado en Florida entre Paraguay y Córdoba. La sociedad principal de aquel barrio no vio con agrado aquella carpa popular que amenazaba con convocar en masa a las clases humildes, ya que era sabido que Frank Brown no cobraba entrada a los pobres. Ante la inacción policial, como se dijo entonces, el circo fue incendiado. Al poco tiempo emprendió una nueva gira, esta vez por países de Sudamérica. Quería alejarse de aquella hoguera de odio impune.

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Más allá del atentado que destruyó su circo, su vida no estuvo exenta de tragedias: en 1911 murió su hijo y, poco después, su esposa Katty (o Ketty), durante un acto de circo. Tras estas pérdidas decidió realizar una gira artística por Sudáfrica que, según parece, resultó un fracaso. De regreso en Buenos Aires inició una relación sentimental con «Rosita de La Plata», mujer de uno de los Podestá y “ecuyére” (amazona) en el mismo circo. Con el tiempo se convertiría en su compañera definitiva.

El ánimo emprendedor no lo abandonó: abrió el «Hippodrome Circus» cerca de la iglesia de San Nicolás de Bari y actuó en la película «Flor de durazno». En 1924 se retiró de la actividad circense y pasó a vivir con su mujer, Rosita, en el barrio de Colegiales. Ella falleció en 1940 y Frank murió tres años después.

Fuente: gacetamercantil.com

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